Heróico


LA ESPERA TERMINÓ: HERÓICA PRESENTACIÓN PARA DESPEDIRSE DE MÉXICO


México D.F. 6 de octubre de 2007

Abordé el camión a las dos de la tarde en el edificio de Rectoría de la UAEM y sin querer me encontré con algunos amigos igual de animados que yo para compartir el viaje. Dos horas vacías que decidimos llenar con cerveza. El acierto, hizo soportable la espera; el error, la acción diurética del brebaje de malta y lúpulo. Al llegar al Foro Sol no podíamos pensar más que en el baño. No lo veíamos por ningún lado. Preguntamos, nadie sabía, hasta que el hombre-de-los-binoculares-de-veinte-pesos se apiadó de nosotros y nuestras vejigas e indicó el lugar anhelado. El estadio Jesús Martínez “Palillo”; de primera vista no encontramos puertas abiertas, así que una palmera de esas que parecen estratégicamente colocadas apareció como una zarza en llamas, decidimos apagarlas con nuestros fluidos mientras la novia de mi cuate “El Pich” nos echaba aguas. Terminada la placentera tarea, caminamos buscando al entrada a la zona de ventas, el baño apareció demasiado tarde –más tarde decidiríamos usarlo de verdad- en un disparo de halagüeña ironía.

Compramos playeras, pulseras y collares de recuerdo para aquellos que no pudieron asistir con nosotros y nos dirigimos a la entrada. Una nueva separación. Mis amigos tenían otras localidades en sus boletos. El viaje por La Senda sería en soledad, o eso creí en ese momento.

Me perdí en el mar de gente, todos vestidos de negro, algunos con pantalones del mismo color, otros con mezclilla y, los menos, como yo; con pantalones beige. La soledad no tardó en desaparecer, los grupos de amigos cantaban y coreaban las letras que más tarde sonarían en las bocinas. Faltan dos horas y esto está hasta la m@dre.com. Busco ubicarme. El centro está repleto, los costados son la salida ideal pero hay que buscar por todos lados el mejor lugar; como en un laberinto medieval, una vuelta equivocada puede llevarte a lo desconocido o ser un grave error. Empiezan los desmayos, el primero en salir, o por lo menos de los que vi yo, salió cargado por sus cuatro amigas con los ojos perdidos en el infinito, seguro se le pasaron las cucharadas o en este caso ese ultimo jalón al churro, ese que sabes que te va a noquear, pero te vale.

El escenario de yergue frente a mi y otras 40 mil personas que ya están listas. Comienzo a contar: dos, cuatro, seis, ocho, nueve pantallas en total, cuatro de ellas móviles, un escenario en “T” donde sonará el espectáculo acústico y Enrique Ortíz de Landázuri e Izarduy, mejor conocido como Bunbury, hará las delicias de las 55 mil personas que ya están en el estadio mientras pienso lo que escribiré en estos momentos. Pasa el monito-de-las-pizzas, seguido de unos jóvenes de aspecto preparatoriano que lucen un colmillo de viejo lobo de mar y se van colando junto con él, decido unirme al clan, y ellos, en el afán de la camaradería-del-que-saben-desconocido-pero-aceptan-por- igual, me incluyen en su grupo, nos colamos casi hasta el límite frontal de la sección General B, en los límites del escenario en “T”.

Faltan 45 minutos, según yo, sospecho que saldrán tarde ya que el jueves en la otra presentación un motor falló y salieron con una hora de retraso, me duele la espalda, las piernas, los pies, el alma entera de ansiedad y expectativa. Los organizadores lanzan canciones de rock clásico para apaciguar al público Rolling Stones, Guns ‘n’ Roses, The Beatles y otras voces son coreadas más por reflejo que por voluntad, hasta que como por arte de magia, media hora antes de lo que yo esperaba las luces se apagan y las siluetas de los 4 Héroes son proyectadas en las pantallas. “Más vale tarde que nunca”, reza el adagio y, esta vez, fueron diez años de espera e ilusión para volverlos a ver. Ahí estaban Enrique Bunbury, Joaquín Cardiel, Pedro Andreu y Juan Valdivia acompañado de su hermano Gonzalo. Los gritos de Héroes, Héroes resuenan en el Foro Sol y una nueva oleada de desmayados sale por piernas ajenas, todas mujeres. Comienzan las canciones, la energía de la comunión de 55 mil más cinco, los cinco Héroes de toda la vida que por fin rompieron el silencio diez años después.

Rompo en llanto. La ilusión, el Sueño de un Destino había llegado, Song to the Siren, El estanque, Deshacer el Mundo, y todos sus clásicos suenan. Después como si un sueño se me estuviese cumpliendo, miro hacia atrás y una bella mujer me sonríe, minutos después, tal vez una o dos canciones, siento sus tersas manos en mi espalda seguidas de su cabeza que busca confort, volteo para abrazar a la inesperada amazona pero me doy cuenta que está desmayada o casi. Llega el dilema moral: ¿Ayudarla o no ayudarla? Si decido ponerme caballeresco podría perder parte del concierto y mi lugar de privilegio, si decido no ayudar simplemente me vería mal; pero todo se resuelve con la mano de Dios, que envió los brazos del abnegado novio de mi ilusoria amazona para rescatarla y dejarme tranquilo para las próximas canciones. Gracias.

En las pantallas se ven a los Héroes tocar con la pasión que nunca los abandonó a pesar de los años, si uno cerraba los ojos, ejercicio idiota si me dejan decirlo así, podrían pensar que son los mismos que dejaron su gira hace diez años, pero no es así. Los años han pasado por todos, las caras se ven flácidas, los gestos son de cansancio, Bunbury se nota mejor de salud que los demás, le sigue Joaquín, con el mismo cabello largo y sus facciones duras y después Pedro Andreu que sigue siendo el mismo pero con un aire madurón, el que dio el viejazo de mala manera es Juan que cada vez tiene menos pelo y se ve torpe en su andar, con gestos de esfuerzo en cada movimiento y burdo en sus intervenciones de requinto. Aunque no por eso deja de ser de la clase de los dioses.

Acabo de reflexionarlo: ya no me duele nada, la música-medicina me curó (aunque fuera solo momentáneamente).

Entre todas las canciones que podría recordar, Avalancha es la más grande en la presentación. Llena de efectos de pirotecnia en el escenario, la banda prendió igual que los mismos Héroes, ver a Enrique lanzarse al gran escenario desgañitándose en cada coro era extático. El apocalipsis nos podía agarrar ahí mismo y todos hubiésemos muerto felices de haber visto aquel concierto. Pero llega el fin y con esto más lágrimas. El concierto no fue un “Que bueno que volvemos a vernos” sino un “solo vine otra vez para despedirme” y nos dejan En los Brazos de la Fiebre, pieza que cierra el concierto, las heridas y abre la sesión de lágrimas de felicidad por lo vivido y no por la tristeza de lo que se perdió.

Comienzan a salir algunos. Otros, como yo, quedamos con la esperanza de ver un poquito más, ese poco que es tanto cuando poco necesitas, comienzan los fuegos artificiales el cielo negro sirve de telón y las estrellas se opacan para dar cierre a la velada. Son las doce de la noche y busco la salida hacia el camión que me trajo y que ahora me llevará de regreso.

Me quedo contento. La deuda con el público mexicano, y mi minoría de edad de entonces se había pagado. Por fin cumplí uno de mis miles de sueños en la vida. Los vi juntos, viejos, si, pero los mismos en esencia. La lista se hace menor.

Salgo con los demás locos como yo mientras el imbécil del megáfono sigue gritando “salida a Churubusco por la puerta 10” ¿Cómo le digo que busco la salida a Rio Piedad?, mientras esa horrible voz se ahoga con la distancia la voz de enrique Bunbury, el bajo de Joaquín Cardiel, la batería de Pedro Andreu y las guitarras de Juan y Gonzalo Valdivia regresan a mi mente y canto con los demás que parecemos almas que vagan hacia el inframundo dantesco buscando a Caronte para cruzarnos el río hacia el Hades de la realidad sin los Héroes.

Se disuelve el sonido, regresa el silencio pero es diferente, el silencio nunca será el mismo. Los Héroes dejaron en nuestras mentes y corazones un silencio que regresó roto, en las mentes y en las gargantas de los que salimos del Foro Sol se escucha “En tu ausencia las paredes se pintarán de tristeza y enjaularé mi corazón entre tus huesos”

(hache)